martes, 22 de agosto de 2017

YO FUI ESCLAVO DEL TABACO

Ahora que llevo mas de año y medio sin fumar y lo que es aún mas importante, no echo de menos el tabaco, quiero transcribir un artículo que en el año 2000 publico el escritor Terenci Moix, en el cual refleja con gran maestría su gran adicción al tabaco, cosa que nos vemos reflejados todos quienes hemos sido fumadores de muchos años. Terenci Moix murió debido a un enfisema pulmonar en el año 2003.


YO FUI UN ESCLAVO DEL TABACO
Terenci Moix (publicado en El Pais el 04 de junio de 2000)

Al doctor Juan Ruiz Manzano. Gracias. He estado a punto de morir con la gentil colaboración de Tabacalera Española. Puedo hacer esta afirmación con absoluta certeza porque he sido fiel a los productos nacionales desde 1957. El consumo salvaje de las marcas Celtas y Ducados me permite afirmar que los asesinos hablan mi idioma. Tampoco hay duda al respecto al color: es negro, negrísimo, color culpa. Cuando he residido en el extranjero han sido Gitanes, y Gauloises, con la aportación decididamente cutre de los Nazionali cuando viví en Roma. Y todos en cantidades tan ingentes que justifican el título de este artículo, al estilo de “Yo fui una madre soltera” o “Yo fui un Frankestein adolescente”. O, siguiendo con el cine: “Me llamo Lillian Roth y soy una alcohólica”. Así, pues, confesión pura y dura.
Descartando los factores obvios sobre los que inciden razonablemente todos los escritos contra el tabaco, sí quisiera esgrimir mis derechos al récord de tabaquismo; y, puesto que me había sido diagnosticado un enfisema pulmonar en grado avanzado, mis aspiraciones al Guinnes de la estupidez. Cuando para suerte mía fui a caer en manos de la doctora Dolores Sorribes, con su excelente sistema Fumafín para dejar de fumar, contabilizamos el alcance de mi suicidio con las siguientes cifras: unos 70 cigarrillos diarios, durante doce meses, daban aproximadamente más de veinticinco mil cigarrillos al año. Esto en 1999. Calculen cuarenta años fumando y salen mas de diez millones de cigarrillos.
Estamos hablando, naturalmente, de una compulsión, pero en lenguaje llano puedo llamarlo obsesión, delirio y hasta locura. Sólo con epítetos un tanto desorbitados puedo calificar a los alucinantes momentos en que intenté desengancharme. Y esto en una época en que el enfisema ya había convertido mi caso en cuestión de vida o muerte. Vértigos, estados de histeria, alucinaciones, agresividad, eran algunos peldaños que me hacían subir directamente a la desesperación. Tales reacciones me hacían ver que casi cuarenta años de tabaquismo habían hecho su efecto. No era una constatación demasiado útil. El reconocimiento de un fallo y su enmienda no siempre van juntos; sobre todo cuando la adicción es tan traidora como para aportar a cada causa su justificación; sus coartadas a menudo múltiples. La primera de ellas: “Si no dejo el tabaco es porque no quiero. Y, después de todo, siempre hay tiempo para hacerlo”.
Pero el tiempo transcurre, las facultades menguan, la basura va invadiendo los pulmones, al final los devora y la dependencia crece hasta convertirse en una esclavitud. Lo mas lógico es reconocer de una vez que me he convertido en una piltrafa, per los Ducados pueden mas. Pertenezco a la raza de fumadores que quieren dejarlo…. sin quererlo dejar. Con mi enfisema debidamente diagnosticado continué consumiendo el veneno y reduciendo mi calidad de vida al mínimo, por no decir a la nada absoluta. Nunca faltaron excusas. ¿Cómo iba a escribir una sola página sin mis aliados, los cigarrillos? Pero los Ducados no me han convertido en Joyce. ¿Cómo hacer el amor sin aspirar después, una calada, como hacían las heroínas de la nouvelle vague? Pero no se me presento la oportunidad, porque gracias al tabaquismo entré directamente en la impotencia sexual, con el consiguiente deterioro de mis relaciones de pareja. Pero seguí prefiriendo los Ducados a un acto de amor, y al cabo los preferí a la posibilidad de caminar. Tanto es así que el pasado año, tuvo que llevarme un coche desde el hotel Ritz al Museo Thyssen, donde daba una conferencia. No podía cruzar el paseo del Prado, pero de mis tres paquetes de Ducados no me apeaba ni el dios Neptuno, testigo de aquel dislate.
En tales circunstancias, no podía recurrir a las frases estilo “virgencita mía, ¡que cruz me has mandado!”; y no podía porque la cruz me la busqué yo, aunque no sin ayuda. A los dieciséis años recurrí al cigarrillo como tantos otros: no para hacerme el macho -comprenderán que esto siempre me importó un pito-, sino como forma de distinción social, aprendida en la moda y, desde luego, en los dioses del cine; pero las tabacaleras todavía no me alertaban con esa astuta advertencia que adornarían las cajetillas muchos años después, cuando ya era demasiado tarde: “El tabaco perjudica seriamente la salud”. Santo aviso, pero ambiguo. El tabaco entraría a formar parte de las múltiples cosas que pueden dañar la salud en mayor o menor grado, pero nunca, en anuncios o cajetillas, he leído que los cigarrillos CREAN ADICCIÓN. Y es aquí donde los fumadores perjudicados estamos en el derecho de exigir responsabilidad y de acusar a las tabacaleras de criminales.
Porque no es cierto, como han escrito recientemente algunos compañeros, que el fumador pueda dejar de fumar de la noche a la mañana; no es cierto que se trate de un simple problema de albedrío. La adicción es la trampa mortal. Y lo es en un grado que no he conocido en cosa alguna. Como mucha gente de mi generación -los blessed sixties- yo fumé hierba en cantidades adecuadas, le di a los hongos, al peyote y un poquito al LSD. En resumen, cosas ideales para escuchar a Ravi Shankar y comer membrillo. ¿Por qué olvidé la hierba y todo lo demás -Ravi Shankar incluido-, y en cambio los Ducados han permanecido a mi lado, año tras año, día a día, minuto a minuto? ¿De que poderosa materia estaban hechos esos diablillos como para irme convenciendo de que eran amiguetes cuando, de hecho, eran mojones en mi camino hacia el desastre?
Son mas poderosos que cualquier droga, pues mientras me convertían en adicto, en obseso, en esclavo, me hacían creer que me estaban ayudando. Pero ¿a que? Los problemas, cualesquiera que fuesen seguían existiendo aunque los disfrazase tras una cortina de humo. Mas aún: generaban un nuevo problema, que no era sino el reconocimiento de mi irresponsabilidad. Si no fumaba caía en la desesperación; si fumaba me desesperaba por ceder. Y a fe que intenté dejarlo por todos los medios aconsejados: libros de ayuda, acupuntura, ondas electromagnéticas, parches de nicotina, pastillas, boquillas… Sólo que faltaba lo mas importante: la decisión verdadera, asumida, de querer dejarlo realmente. Los cojones que Tabacalera me había arrebatado.
Mientras, el enfisema seguía su curso. Y el tabaco también. Una pintoresca pulmonía doble vino a completar el cuadro. Y a mayor peligro, más tabaco.
Enlazo con el principio: he visto a la Muerte cara a cara. No era como la de Ingmar Bergman, negra, ni como la de Woody Allen, blanca. Era azul, como un paquete de Ducados, y cada vez que en la clínica me agujereaban venas y arterias para introducirme sueros o sondas, o yo que coño se, imaginaba que me estaban incrustando cigarrillos. Después de todo es lo que había estado haciendo yo mismo durante 40 años. En esta excursión a las fronteras del Mas Allá descubrí el único final de la abominación, que no es otro que romper con ella a rajatabla. Con ayudas pertinentes, llámense parches, pastillas, comidas -nunca saboreada antes-, horas de sueño, lo que sea pero siempre como elección inevitable.
Hace ya tres meses de esta decisión, y la esclavitud al cigarrillo se me aparece como algo lejano, como un engaño destinado a anularme. Y lo que mas me maravilla es la rapidez de esta recuperación, la ausencia de sufrimiento -temor tan importante para quienes quieren dejarlo-, la fácil eliminación de la nicotina -otro de los temores más extendidos- y, sobre todo, la insólita sensación de serenidad derivada de una autoestima que se va acrecentando a medida que pasan los días. ¡Esas sobremesas sin cigarrillos, cuando siempre pensé que serían el momento mas delicado! Y esos mil actos que no podía efectuar sin ir fumando y que ahora cumplo tranquilamente. Sin añoranzas, sin recuerdos. No digamos ya el percatarme de que, en esos noventa días, mi cuerpo ha dejado de consumir mas de seis mil cigarrillos. También el lujo de permitir que los demás fumen a mi lado, sin inmutarme, porque entre las cosas que no pienso hacer es convertirme en flagelo de fumadores; o sea, dictador de la salud ajena.
Me siento muy orgulloso de mi mismo, pero al mismo tiempo me tengo por estúpido por no haberlo dejado antes. Y es que el deterioro ha sido inexorable. Por mas que haga a partir de ahora, seguiré viviendo con mis facultades considerablemente disminuidas. Ninguna reforma conseguirá devolverme el trozo de pulmón que me falta, por no hablar de deficiencias cardiovasculares, sexuales y algunas bendiciones más. Mi falta de voluntad me ha convertido en un medio hombre. Y todo gracias a Tabacalera Española, que me presentó a mis asesinos cuando tenía la tierna edad de dieciséis años y no estaba en condiciones de reconocer los variopintos disfraces de la Muerte.

  

viernes, 4 de agosto de 2017

8 PUNTOS SOBRE LA MASTURBACIÓN

1.      Casi todo el mundo se masturba.
El 95% de los hombres y el 89% de las mujeres se masturban, al menos en el Reino Unido (según estudio realizado en ese país). Por tanto, no hay ningún motivo por el que avergonzarse.

2.      Masturbarse teniendo pareja no implica nada malo
Existe mucho debate en internet sobre si tendrían que preocuparse aquellas personas cuyas parejas siguen buscando pasar esos ratos a solas. Según una columnista de asuntos sexuales del periódico The Times: “algunas personas sienten su relación en peligro por en hecho de que su pareja tenga necesidad de buscar satisfacción sexual por su cuenta. Al fin y al cabo, si pueden tener sexo, ¿para que necesitan masturbarse? Este argumento pasa por alto la obviedad de que el sexo y la masturbación son experiencias completamente diferentes, aunque la masturbación sea una actividad sexual.

3.      Masturbarse no significa estar insatisfecho
Tal y como dice  la columnista en el punto anterior, no hay ningún motivo por el que masturbarse signifique algo malo sobre tu relación o sobre tu vida sexual con otras personas. Los estudios científicos han descubierto que la gente que practica sexo regularmente suele masturbarse mas que aquellas personas que llevan un tiempo sin acostarse con nadie. De modo que no pienses que la masturbación es un sustituto del sexo, sino mas bien una forma de matar el gusanillo de vez en cuando o un complemento de la vida sexual de la persona.

4.      No eres la única persona que se siente culpable cuando acaba
Pese a que masturbarse no es algo de lo que haya que avergonzarse, hay un montón de razones personales, religiosas y culturales por las que una persona se puede sentir un poco sucia al terminar. No te pasa solo a ti. De hecho, según un estudio, la mitad de las personas que se masturban experimentan dudas por lo que han hecho: “aproximadamente el 50% de las mujeres y el 50% de los hombres que se masturban se sienten culpables por ello”.
Así que no te sientas excluido/a ni pienses que es una razón para dejar de masturbarse. Estamos todos en el mismo barco.

5.      Las mujeres que se masturban suelen estar mas satisfechas en sus relaciones
Un estudio de febrero de 2017 descubrió que las mujeres que se masturban con frecuencia suelen recibir mas sexo oral, tener relaciones sexuales mas largas, pedir mas a menudo que les hagan lo que les gusta en la cama, elogiar a su pareja tras el acto, probar nuevas posiciones, intercambiar palabras eróticas y expresar su amor durante el coito.

6.      A los hombres les sirve como escudo contra el cáncer de próstata
Parece el típico argumento de adolescente, pero es cierto: masturbarse al menos 21 veces al mes puede ayudar a reducir un 33% las probabilidades de sufrir cáncer de próstata. Los investigadores realizaron el seguimiento de 30.000 hombres durante casi 20 años para llegar a estas conclusiones.

7.      Es bueno para la salud
La masturbación también ha demostrado producir beneficios en la salud tanto de hombres como de mujeres. Aparte de reducir el riesgo de cáncer de próstata en hombres, sirve para reducir tensión arterial y para relajarse.

8.      No conlleva ningún riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual ni de embarazos indeseados

El sexo está muy bien, pero siempre hay que acordarse de tomar precauciones, ya que puede acarrear sus riesgos. En cambio, con la masturbación tienes la seguridad de que estás a salvo. A parte que también realizarla en pareja es muy placentero y es una forma de sexo seguro.

viernes, 10 de febrero de 2017

La dictadura de la bicicleta

Ciclistas campando a sus anchas por el carril del tranvia, si se produce un accidente a quién echaran las culpas????